Aunque otras producciones gozaron de gran favor del público, el género dramático se
configuró, sin duda alguna, como la producción literaria más nacional del Siglo de Oro
español. La consagración del género y su conversión en espectáculo, determinó la
aparición de nuevos modos de representación escénica: de los entarimados instalados en
las plazas se pasó a la aclimatación de locales apropiados.
Ya a finales del siglo XVI, el fondo de los patios de vecinos, llamados corrales, hacía de
escenario, mientras que sus tres lados restantes servían de galería reservada a los más
pudientes y en el patio propiamente dicho se acomodaban los restantes espectadores.
Poco después se construyeron locales destinados a la propia representación teatral;
conservaron idéntica estructura, pero cubrieron el escenario y una galería con sendos
tejados, a la vez que un toldo permitía techar el corral entero. La representación solía
comenzar por la tarde y solía durar, con los entremeses y bailes, entre dos y tres horas.
El desarrollo definitivo del género a partir de 1600 coincide con el fin, por orden de
Felipe III, de la prohibición de montar espectáculos teatrales que pesaba desde 1582.
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